QUIZÁS pronto, con tan sólo unos
teclazos, cómodamente y sin moverse de casa, será
posible realizar todos los trámites legales para
obtener el divorcio. (25.792 parejas divorciadas
en Andalucía en los dos últimos años). No
cuestiono este derecho que recoge la Constitución.
El problema es que, por muchas facilidades que se
vayan dando para consumar dicho acto
administrativo, los hijos de aquel amor que ya se
fue por el aire no se disuelven en el éter: se
quedan en el mundo vivitos y coleando, y eso sí
que es una cuestión mucho más enojosa e incómoda.
Para unos padres bien compenetrados, educar a
uno, dos o tres niños es tarea harto difícil.
Conseguirlo tras una separación, las dificultades
se multiplican por mil. Algunas parejas resuelven
dignamente la situación, pero por desgracia es lo
infrecuente. Hay clases en las que hasta más del
veinte por ciento de los niños han pasado por ese
mal trago. Confieso que los trastos rotos que nos
llegan en ocasiones resultan difíciles de creer.
La tendencia a la comodidad es grande y, aunque
nos creamos cada vez más civilizados y tolerantes,
la irresponsabilidad y el egoísmo aumentan día
tras día.
Cuando, en una clase un niño tranquilo y
apacible de repente se convierte en una bomba de
neutrones, los del gremio ya sabemos lo que hay.
Hay clases que esconden arsenales. Recuerden que
un divorcio es una situación familiar ajena a
nosotros en la que no podemos entrar. Aunque en
ocasiones no sería descabellado tener en el centro
una especie de UCI para asistir a niños con graves
traumas emocionales a cuenta de la separación de
sus progenitores, sobre si están siendo usados
como arma arrojadiza en la contienda.
La situación denunciable que más se repite es
que uno de los progenitores ignore por completo
todas las responsabilidades que, pese a su
divorcio, sigue teniendo para con sus hijos. El
mayor número de obligaciones suele recaer sobre
una mujer que debe resolverlo todo. Sucede además
que, con mucha frecuencia la Justicia no tiende a
favorecer la custodia compartida, y el reparto de
responsabilidades. Por el contrario, también
sucede que muchos padres divorciados deben cumplir
unas condiciones leoninas para poder ver a sus
hijos.
Sé que esto es entrar en un terreno peligroso y
resbaladizo, pero tras muchos años como espectador
horrorizado, veo que los efectos colaterales del
divorcio siguen todavía ahí, muy malamente
resueltos en la mayoría de los casos. Aunque sea
impertinente, conviene recordar que la obligación
a compartir las cargas y la educación de los hijos
habidos –dentro o fuera del matrimonio– también
existe por derecho natural.
Caso diferente es el de la familia que se
reestructura con hijos de parejas anteriores. Se
trata de un proyecto de convivencia con muchas
dificultades añadidas respecto a la familia
convencional. Según afirman los que viven la
situación, establecer en ella los mismos esquemas
que en la anterior, es como empeñarse en jugar al
ajedrez con el reglamento del parchís. Los hay que
salen con éxito de la empresa, pero, por muy
bonito que quiera pintarlo la prensa rosa, en
ningún caso es fácil.
Entre las familias españolas no se ha
conseguido todavía de forma generalizada un
reparto equilibrado de las tareas domésticas y la
educación de los hijos. Conseguir que las parejas
divorciadas compartan equilibradamente sus
obligaciones y responsabilidades, y renuncien un
poco a su egoísmo en beneficio de los niños
habidos, va a costar aún mucho más trabajo.